La guerra ha dejado una intensa huella de destrucción en ciudades como Homs. Fuente: www.dnaindia.com
La guerra civil en Siria dura ya 6 años y aún no se entreve el final. En estos años el país ha sufrido un grado de destrucción insoportable que ha afectado duramente al ámbito material (viviendas, infraestructuras, etc.), pero en el que hay que valorar sobre todo la pérdida de vidas, más de 300.000 hasta el día de hoy, la destrucción de parte del riquísimo patrimonio histórico y artístico, y sobre todo la ruptura de la frágil convivencia entre las religiones, etnias y culturas que componen el mosaico humano de Siria, rico y diverso como pocos. En esta entrada queremos realizar un acercamiento a la guerra en Siria a través de cinco historias, que nos remiten a situaciones y personajes concretos. Serviría como complemento a la entrada publicada en este blog con anterioridad y en la que analizábamos las variables fundamentales del conflicto: "La guerra en Siria y las primaveras árabes"
La batalla de Alepo y la tragedia de Omran Daqnessh
Alepo es la mayor ciudad de Siria y se ha convertido durante la guerra civil en el "Stalingrado sirio". Alepo ha sido durante años uno de los grandes escenarios de la guerra civil siria, y en el combate por el control de la ciudad estuvieron presentes todos los contendientes del conflicto: por un lado, desde la zona gubernamental occidental actuaban los rusos, los chiíes libaneses de Hezbollah y las fuerzas del ejército sirio; por el otro lado, en la zona rebelde resistían las fuerzas yihadistas y salafistas, como las que se engloban en el llamado Frente islámico o las del antiguo Frente al-Nushra; al norte de la ciudad, algunas áreas están todavía hoy bajo control de los milicianos kurdos. La lucha por el dominio de la ciudad entre los rebeldes y el gobierno comenzó con el inicio de la guerra, en 2012, pero a partir de julio de 2016, la batalla de Alepo cobró una dimensión terrible: los rebeldes fueron cercados en la zona oriental, siendo rotas sus líneas de suministro, y con ellos quedaron más de 300.000 civiles aislados, en medio de feroces combates casa a casa y durísimos bombardeos, que terminaron en diciembre de 2016 con la caída de los últimos reductos de resistencia.
El este de Alepo ha sufrido intensos bombardeos que han generalizado la destrucción. Fuente: www.infobae.com
En esta animación podemos ver la ofensiva y cerco de Alepo en 2016, que terminó definitivamente en diciembre con la conquista por las fuerzas gubernamentales de los últimos focos de resistencia en la ciudad. Fuente: www.europapress.es
En agosto de 2016, la aviación siria y rusa castigó con extrema dureza los barrios controlados por los rebeldes, entre ellos el distrito de Qaterji, con el objetivo de doblegar su resistencia. Allí vivía Omran Daqnessh, un niño de 5 años, junto con sus padres y sus tres hermanos, de 1, 6 y 11 años de edad. Al atardecer, las bombas cayeron sobre el edificio donde residían, los niños más pequeños fueron evacuados y enviados a la ambulancia, mientras se rescataba a los padres de entre los escombros. Las sobrecogedoras imágenes que nos llegaron a Europa nos mostraban a Omran sentado en la ambulancia, cubierto de polvo y sangre, despeinado y desorientado. No lloraba, no se quejaba, mostraba una resignación impactante y tan solo intentaba limpiar su mano sucia y manchada de sangre en el asiento de la ambulancia. La imagen llegaba a la opinión pública europea a través de Raf Sánchez, corresponsal en Oriente Medio del diario británico The Telegraph. A él se la había enviado un médico que participó en el rescate. La fotografía había sido extraída de un vídeo conmovedor que había sido filmado por el personal sanitario en la ambulancia donde se encontraba Omran y su hermana, el cuál había sido posteriormente publicado en Youtube por un grupo de activistas opuestos al régimen de Damasco, Aleppo Medio Centre. El niño terminó en uno de los escasos hospitales de la zona rebelde de Alepo, el denominado M10, que tiempo después también sufriría fuertes destrozos provocados por las bombas. Allí se le curó la herida en la cabeza y se informó de 8 muertos, 5 de ellos niños. Entre ellos estaba uno de los hermanos de Omran, que moriría en el hospital debido a las heridas recibidas. Sin embargo, fue Omran y su comportamiento en la ambulancia el que conmovió a la opinión pública internacional. Consciente de ello, y tras la caída de Alepo bajo el control del ejército sirio, los medios de comunicación fieles al régimen hicieron lo posible por mostrar la otra cara del niño, sano y con su familia, lejos de la violencia del frente de combate. Su padre se ostinaba entonces en desmarcarse de cualquier crítica al ejército sirio y negaba su vinculación a las fuerzas rebeldes, denunciando la manipulación que la oposición había realizado de la tragedia vivida por su familia. Si lo hacía por las presiones recibidas o por convicción propia, es algo hoy difícil de saber. De lo que no hay duda, es de que el caso de Omran ya se había convertido para entonces en un símbolo de la guerra en Siria y de los efectos que sobre la población civil tenían los intensos bombardeos realizados por el ejército sirio y ruso.
Omran Daqnessh sentado en la ambulancia tras su evacuación. Su imagen conmovió al mundo. Fuente: www.tn8.tv
Omran Daqnessh y su padre en una entrevista posterior, realizada tras la ocupación definitiva de Alepo por las fuerzas del gobierno sirio. Fuente: www.mintpressnews
Malula y la supervivencia de los cristianos sirios
Siria es una sociedad más diversa de lo que la mayoría de los europeos creemos. Hay turcos y kurdos y entre la mayoría árabe hay sunníes y chiíes, pero también cristianos. Un 10% de la población del país es cristiana, y en dicha comunidad se incluyen ortodoxos de varias ramas, armenios, católicos, maronitas, caldeos y asirios. Todos ellos han sufrido duramente la guerra, porque los grupos islamistas insurrectos se han cebado sobre el patrimonio y la vida de los cristianos de Siria, en un claro intento de uniformizar e islamizar el país.
La catedral cristiano-maronita de San Elías sufrió serios daños durante la batalla de Alepo. Fuente: www.lavie.fr
Para la cristiandad siria existe un pueblo muy especial, Malula. Situado en las montañas que separan Líbano de Siria, a 60 km de la ciudad de Damasco, tenía antes de la guerra más de tres mil habitantes. Malula es un pueblo de mayoría cristiana en un país de mayoría musulmana, en el que además muchos de sus habitantes hablan todavía el arameo (el único lugar en siria junto a Jabadin y Bakah), el idioma que se cree hablaba Cristo y que hoy está casi extinguido. La belleza del lugar es sobrecogedora, un pueblo de montaña con una ubicación impresionante, entre paredes rocosas, donde proliferan antiguos edificios cristianos como las iglesias de San Elías o la de San Jorge, el monasterio de San Sergio y San Baco, o el convento de Santa Tecla. Un pueblo que rezuma historia por los cuatro costados. La localidad tenía un instituto del Arameo y atesoraba numerosos manuscritos que hoy se han perdido. Antes de la guerra muchos turistas llegaban allí de todo el mundo procedentes de la cercana Damasco. Hoy ya no viene nadie y la mayoría de sus habitantes han abandonado sus casas.
En septiembre de 2013 las tropas del ejército sirio perdían el control de la población ante el avance de los milicianos islamistas de al-Nusra. La mayoría de la población cristiana huyó entonces en masa, aterrada. Se combatió con dureza hasta abril de 2014, en que el gobierno sirio recuperó de nuevo y definitivamente el control de la zona, en parte gracias a la intervención desde el Líbano de las fuerzas de los chiíes libaneses de Hezbollah. Bashar al-Assad viajó entonces a Malula para celebrar la Pascua, en un gesto hacia la minoría cristiana, que en su mayoría ha apoyado al régimen sirio frente a los rebeldes islamistas. Para entonces la destrucción había hecho mella en la bucólica imagen de la población y en su riquísimo patrimonio histórico y cultural: muchas casas habían sido destruidas o saqueadas, los signos cristianos habían desaparecido (cruces, iconos, campanas), los edificios religiosos y los templos habían sido profanados y algunos seriamente dañados, el hotel Safir, que los rebeldes habían convertido en su cuartel general, fue destruido casi en su totalidad. Las trece monjas del convento de Santa Tecla fueron secuestradas durante meses, aunque poco antes de retomar el control de la localidad, en marzo de 2014, el régimen sirio conseguía su liberación gracias a su intercambio por 150 presas islamistas.
Han pasado más de tres años. La reconstrucción está en marcha lentamente gracias al apoyo del estado sirio y sus ministerios de cultura y educación y las organizaciones cristianas de solidaridad como SOS Cristianos de Oriente. Pero las huellas de la guerra siguen marcando la vida de la ciudad, todavía hoy muchos edificios muestran los desastres de la guerra y solo 600 habitantes han vuelto. La mayoría de los cristianos de Malula viven hoy en día en Damasco o en el extranjero, en Europa, Estados Unidos y Canadá.
Malula se encuentra situada en un enclave montañoso de indudable belleza paisajística. Fuente:
El convento de Santa Tecla es el edificio cristiano más importante de Malula. Fuente: hiveminer.com
Interior del convento de Santa Tecla en Malula. Fuente: elsacodelogro.blogspot.com.es
Soldado del ejército sirio durante los combates contra las facciones islamistas que habían ocupado la ciudad. Fuente: www.dailytexanonline
Muchos hogares fueron destruidos durante la ocupación de Malula por los yihadistas de antiguo Frente al-Nushra y los posteriores combates con el ejército sirio. Así ocurrió con la vivienda de Bachar Halale. Fuente: www.elpaís.com
Desde un principio el gobierno sirio trató de explotar propagandísticamente la recuperación de Malula. Cristianos de la población volvieron a colocar la figura de la Virgen en lo alto del acantilado en mayo de 2015. Junto a ellos fotógrafos y soldados del ejército sirio. Fuente: www.theblaze
El drama de las ciudades sitiadas y la matanza de al-Rashidin
Los frentes de combate de la guerra en Siria no son fáciles de reconocer, tanto en la zona rebelde como en la gubernamental existen áreas bajo control enemigo que se niegan a rendirse. Así, en las zonas gubernamentales resisten poblaciones de mayoría sunní que siguen bajo control rebelde a pesar de los duros años de cerco. Este fue el caso del este de Alepo, asediado durante el año 2016, y de algunas ciudades de la periferia de Damasco, como la ciudad de Daraya, en el sur metropolitano de la capital siria, que vivió un duro sitio durante cuatro largos años, hasta su rendición en agosto de 2016. También en el entorno de Damasco se haya el área de Guta oriental, donde se incluyen ciudades como Duma, que aún resiste el cerco del ejército sirio y donde malviven cientos de miles de personas atrapadas en medio de los combates. Este fue el caso también de localidades como Madaya o Zabadani, en las montañas cercanas al Líbano, sitiadas por el ejército sirio y los chiíes libaneses de Hezbollah. En estos sitios, las condiciones de vida se hacen insufribles, por la falta de agua potable, de alimentos y medicinas, la ayuda internacional entra a cuenta gotas y los precios de los productos de primera necesidad se disparan ante la escasez. Los milicianos recaban para sí los escasos recursos y con frecuencia la población civil es utilizada como escudos humanos frente a la aviación y la artillería enemiga. La hambruna hace estragos especialmente entre los más débiles, niños y ancianos, cuya mortalidad se dispara.
La rendición de los rebeldes del este de Alepo terminó con un pacto de evacuación de los milicianos opositores y sus familias hacia las zonas controladas por los grupos insurrectos Fuente: www.rtve.es
Pero también, aunque no suelen aparecer en los medios de comunicación occidentales, existen poblaciones donde la mayoría de la población es chií o cristiana y se hayan ubicadas en zonas bajo control rebelde. Estas localidades, bajo dominio de fuerzas afines al régimen sirio, han sido sitiadas por las fuerzas de la oposición siria. Este es el caso de las poblaciones de al-Fua y Kefraya, en la provincia norteña de Ibdil, que sufrieron un duro bloqueo durante más de cuatro años.
En marzo de 2017, el gobierno sirio y los rebeldes, gracias a la intermediación de Qatar e Irán, llegaron a un acuerdo para evacuar algunas poblaciones cercadas a un lado y otro del frente, lo que afectaba a cerca de 30.000 personas residentes en Madaya y Zabadani (bajo control rebelde) y al-Fua y Kefraya (bajo control del gobierno). El proyecto de evacuación, que se puso en marcha en abril de 2017, se desarrolló a través de convoyes de autobuses con miles de habitantes de las poblaciones cercadas, que partieron al unísono desde las zonas sitiadas hasta aquellas bajo control seguro de uno y otro bando.
Una caravana de autobuses esperando en la localidad chií de Kefraya para iniciar el traslado de la población civil hacia zonas seguras lejanas del frente. Fuente: mundo.sputniknews
Pero todo no transcurrió con la normalidad que debía. Cuando los habitantes chiíes de al-Fua y Kefraya estaban siendo evacuados, la enorme caravana de autobuses hizo un alto en al-Rashidin, allí un kamikaze hizo estallar una camioneta que transportaba ayuda alimentaria y que estaba también cargada de explosivos, junto a los autobuses atestados de civiles, mujeres y niños sobre todo. Se producía así una de las mayores matanzas de civiles acontecidas en la guerra civil siria: más de 125 muertos, 68 de los cuales eran niños, y cientos de heridos. Todos los testigos hablaban de imágenes dantescas: muchos cadáveres carbonizados y miembros amputados desperdigados por los alrededores. En medio del caos, algunas personas se lanzaron al rescate de los heridos y supervivientes. Entre ellos estaba el fotógrafo sirio Abd Alkader Habak, que dejó de realizar fotos con su cámara e intentó salvar a algunos niños. Sus compañeros tomaron imágenes de su reacción, incluida la que lo muestra postrado de rodillas en el suelo junto al cadáver de un niño al que no pudo salvar vivo. Se había derrumbado y lloraba desconsolado. Se reabría así el eterno debate sobre la intervención o no del periodista en el acontecimiento que registra.
Poco tiempo después del brutal atentado, el intercambio y las caravanas prosiguieron su trayecto, sin mirar atrás, pero muchos se habían quedado en el camino, familias enteras no pudieron, después de años de sufrimiento y asedio, encontrar al fin la tranquilidad y el bienestar que ansiaban. Nadie reconoció la autoría del hecho, aunque parece obvio que detrás estuvieron los grupos rebeldes islamistas más radicalizados, para los que los chiíes no son solo enemigos, sino también herejes.
Momentos después de estallar la carga explosiva, el convoy de autobuses se convierte en un amasijo de hierro y decenas de cadáveres quedan esparcidos por el suelo. Fuente: sn4hr.org
Estos autobuses, ahora carbonizados, estaban poco antes repletos de evacuados chiíes de las ciudades sitiadas de al-Fua y Kefraya. Fuente: www.publico.es
Abd Alkader Habak (en primer término con camiseta negra) corre para ayudar a los heridos en el atentado de al-Rashidin. En ese momento, como se puede ver, ya había otros fotógrafos ayudando. Fuernte:www.diarioregistrado.com
Abd Alkader Habak, aún con la cámara en la mano, rescata a un niño de la zona del atentado. Fuente:www.elmundo.es
El fotógrafo corre para sacar al niño de la zona de peligro. Fuente: www.ecuavisa.com
Otra perspectiva de Abd Alkader Habak llevando al niño en brazos entre varios cadáveres. Fuente:www.aldia.co
El fotógrafo sirio con otro niño en brazos, su rostro descompuesto muestra la tensión acumulada. Fuente: lamonomagazine.com
Abd Alkader Habak llora desconsolado tras haber intentado salvar a varios niños. Aunque en la imagen no aparece, muy cerca está el cadáver de un niño que había sacado de las llamas pero no había sobrevivido. Fuente: www.lavozdegalicia.es
La batalla de Kobane y la muerte de Aylan Kurdi
El Estado islámico o DAESH aprovechó el vacío de poder en Siria durante la guerra civil para conquistar inmensos territorios en el centro y este del país. Al norte solo fue frenado gracias al sacrificio inmenso de los kurdos sirios. Un símbolo de esa resistencia fue la ciudad kurda de kobane, en la frontera con Turquía, que se convirtió en el "Stalingrado kurdo". En octubre de 2014 el DAESH estaba en su cénit, había capturado unas 350 localidades de la zona, desplazando a 300.000 kurdos que cruzaron la frontera turca huyendo del exterminio. Solo resistía la ciudad de Kobane, en cuyas calles se libró una terrible batalla casa por casa. Casi toda la localidad cayó en manos de los yihadistas, pero los kurdos demostraron una enorme capacidad de lucha y de supervivencia. Los guerrilleros de las Unidades de Protección Popular kurda (YPG) frenaron el avance imparable de DAESH. Ante la indiferencia turca, pero con el apoyo final de la aviación norteamericana y los pesmergas irakíes (guerrilleros kurdos de Irak), los kurdos sirios resistieron y se negaron a dar por perdida la ciudad, jamás se rindieron. El DAESH desplegó su mayor brutalidad, multiplicó las ejecuciones y torturas, tanto a milicianos como a civiles, mostró en toda su dimensión su profundo desprecio por el pueblo kurdo, por sus tradiciones, por su cultura y sus formas de vida, por la ideología progresistas y laica que impregna la vida de la mayoría de los kurdos y que se haya reflejada en la nueva entidad política que éstos han creado al norte de Siria: ROJAVA. En medio de la barbarie, adquirieron un enorme protagonismo de las milicianas kurdas, que se exponían a las torturas más bestiales, pues los soldados del Estado Islámico se ensañaban con ellas, a la vez que las temían, porque en su enfermiza mentalidad, si morían a manos de una mujer se les negaba la entrada en el paraíso. A principios de febrero de 2015, los kurdos habían expulsado a los islamistas de la ciudad y en abril habían recuperado toda su área de influencia. Era la primera gran derrota del DAESH y marcó un punto de inflexión en la guerra. Sin embargo, todavía quedaba un episodio sangriento, en junio se produjo la llamada masacre de Kobane, cuando un asalto por sorpresa de los milicianos del DAESH provocó una matanza de más de 200 civiles, en lo que era una ciudad en ruinas.
En la imagen satélite se muestra Kobane, junto a la frontera de Turquía. Las fuerzas kurdas llegaron a perder buena parte del control de la ciudad frente al DAESH, pero nunca claudicaron. Fuente: www.infobae.com
La ciudad de Kobane recibió un duro castigo durante los meses que duró la batalla, quedando prácticamente destruida. Fuente: newrozeuskalkurduelkartea.wordpress.com
En medio de la destrrucción de Kobane una anciana kurda muestra su amargura. Fuente: awww.leonoticias.com
Un pueblo en lucha por la supervivencia, en el que la mujer ha cobrado un especial protagonismo. El signo de la victoria en las manos, los colores nacionales kurdos en la bandera que recubre el ataúd. Fuente: www.leonoticias.com
Colinas cercanas a Kobane. Donde antes hondeaba la bandera del Estado Islámico, se alzan ahora las banderas kurdas. Fuente: www.batallasdeguerra
Milicianas kurdas montando una ametralladora. Uno de los hechos más llamativos de la resistencia kurda en el norte de Siria es el marcado papel alcanzado por la mujer. Fuente: litci.org
Precisamente en Kobane, en aquella ciudad marcada por la tragedia, pero convertida en símbolo, había nacido años atrás un niño cuya vida estaría también deteminada por la tragedia y que sin quererlo se convertiría también en un icono: Aylan kurdi. Al iniciarse la guerra huyó con su familia a la vecina Turquía, allí vivieron como refugiados durante algunos años. Tras la batalla de kobane la familia regresó a principios de 2015, pero volvió a Turquía en junio, tras la masacre de kobane. El padre de Aylan, Abdulá Kurdi anhelaba ir a Canadá, donde vivía una de sus hermanas, Teema Kurdi, pero la solicitud de asilo ante las autoridades canadienses fue rechazada. La situación de los refugiados sirios en los campos de Turquía era terrible, pero quedaba una posibilidad: pagar a las mafias y cruzar por la ruta abierta en el mar Egeo, de manera ilegal. En algún lugar de la costa, junto a la ciudad turca de Bodrum, la familia entera se dispuso a subir a un bote inflable camino de la cercana isla griega de Kos: allí estaba Aylan, que tenía tres años, su hermano Galip, de cinco años, su madre Rehan y su padre Abdullah. Ninguno tenía chaleco salvavidas. Cuando en el bote empezó a entrar agua, sus tripulantes perdieron la calma y la embarcación volcó. Abdullah no pudo salvar a su familia. Aylan Kurdi vestía pantalones cortos azules y una camiseta roja, yacía solo en la playa cuando los policías turcos recogieron su cadáver mecido por las olas en la arena de la playa. Una imagen desoladora que conmovió el mundo y se convirtió en un símbolo del drama de los refugiados.
Poco después de la muerte de Aylan, un acuerdo de la Unión Europea y Turquía puso fin al flujo masivo de refugiados a través del Mar Egeo y los Balcanes. Sin embargo, y paradójicamente, tras la muerte de su hijo, Abdullah Kurdi consiguió asilo en Canadá junto a otros familiares cercanos. Consciente del símbolo en que se había convertido su hijo, volvió posteriormente al kurdistán en repetidas ocasiones para ayudar a niños como sus hijos.
La guardia costera de Turquía toma fotografías del cadáver de Aylan Kurdi. Foto de Nilufer Demir. Reuters.
Las olas del Mar Egeo mecen el cadáver desangelado del niño sirio Aylan Kurdi. Foto de Nilufer Demir. Reuters.
El niño sirio Aylan Kurdi yace ahogado en la arena de una playa de la costa turca de Bodrum. Foto de N. Demir. Reuters.
Un guardia costero turco recoge el cadáver del niño sirio Aylan Kurdi. Foto de Nilufer Demir. Reuters.
Abdullah Kurdi, padre de Aylan, llora desconsolado en la morgue de la ciudad turca de Mugla, donde estaban depositados los cadáveres de su familia. Fuente: Reuters. www.elconfidencial.com
El padre de Aylan con su hijo en brazos durante su entierro en Kobane. Fuente: Reuters. www.elconfidencial.com
El asesinato de Jaled al-Asaad y la destrucción de Palmira
En el corazón de Siria, a 3 kilómetros de la actual ciudad de Tudmur y en pleno desierto, se haya una de las joyas de la antigüedad, la antigua ciudad de Palmira. Fue una de las grandes ciudades de la zona oriental del Imperio romano y llegó a formar su propio imperio independiente, segregado de Roma y bajo el gobierno de la reina Zenobia (268-272), que extendió su autoridad desde Egipto hasta Asia Menor. Los restos de Palmira fueron incluidos en el Patrimonio de la Humanidad en 1980 y, antes de la guerra, recibían cientos de miles de turistas anuales. Junto a la ciudad vieja de Alepo (hoy también semidestruida) y la Gran Mezquita de Damasco, Palmira era una de las grandes referencias turísticas de la antaño atrayente Siria, los turistas occidentales se quedaban boquiabiertos ante la joya del desierto, ante sus templos, su magnífico arco del triunfo y su impresionante teatro.
Arco del triunfo de Palmira. Fuente: www.telemundo.com
Si Palmira debía algo a alguien era a Jaled al-Assad, un antropólogo y arqueólogo sirio que había nacido en la nueva Palmira, Tudmur, en 1933 y que desde 1963 hasta 2003 dirigió el sitio arqueológico y el Museo de Palmira. Conocedor de lenguas, incluida el arameo, trabajó incansablemente por sacar a la luz el patrimonio arqueológico de la ciudad y hacerlo llegar al resto del mundo.
Jaled al-Asaad ante algunos relieves de la ciudad de Palmira. Fuente: www.infobae.com
La guerra apenas había afectado al sitio arqueológico hasta 2015. Sus restos se estaban salvando de la destrucción hasta entonces, como si una cúpula imaginaria los protegiera desde hacia miles de años, como si el estar en el último confín del desierto hubiera amparado a la ciudad y la hubiera mantenido alejada de los miles de guerras y ejércitos que han pisado Siria desde la época clásica. Pero la suerte duró poco, el autodenominado Estado Islámico o DAESH, que estaba en plena expansión y desde Irak había penetrado en Siria, convirtió pronto Palmira en un objetivo destacado: sabía de la trascendencia que en Occidente tendría la toma de las ruinas, conocía el carácter simbólico de la ciudad y despreciaba todo el legado cultural preislámico, con el que quería ajustar cuentas. En mayo de 2015 el DAESH tomaba la ciudad de Tudmur y las ruinas de la antigua Palmira, convirtiendo su magnífico teatro en un terrible escenario para sus ejecuciones filmadas, que después eran colgadas en internet. En aquellos aciagos días, cientos de personas fueron ejecutadas, entre ellas Jaled al-Asaad, decapitado el 18 de agosto de 2015, cuando tenía 82 años. Se había negado ha abandonar a su suerte la ciudad a la que había dedicado toda su vida de trabajo y su valerosa decisión le costó muy caro. Detenido un mes antes, sufrió desde entonces terribles torturas: los yihadistas estaban obsesionados con la posible existencia de un tesoro enterrado entre las ruinas y querían obtener información al respecto. Tras la ejecución, su cuerpo fue expuesto en público atado a una farola y con la cabeza en el suelo, entre las piernas que colgaban. Los asesinos no olvidaron sus inseparables gafas, y la cabeza las llevaba puestas, mientras, un cartel colgaba de su malogrado cuerpo: "Ejecutado por apoyar al régimen y representar a Siria en las conferencias de los infieles; dirigir el sitio de los ídolos de Tadmur; visitar Irán y celebrar el triunfo de la revolución de Jomeini..." (un vecino hizo una foto de tal aberración y la imagen se ha convertido hoy en un fiel testimonio de la locura de los yihadistas, pero por su extrema dureza, hemos preferido no mostrarla en este blog). El arqueólogo no pudo salvar su vida ni la de su ciudad, aunque sus colaboradores, entre los que se encontraban algunos de sus hijos, pudieron sacar de Palmira más de 900 piezas arqueológicas antes de la llegada del DAESH, evitando así que fueran destruidas por el fanatismo.
Pocos días después de la muerte de Jaled al-Asaad, y ante el asombro del mundo entero, el DAESH hizo volar con explosivos los templos de Bel y Baalshamin, más tarde fueron destruidas tumbas-torre de gran valor histórico, y en octubre de 2015, se dinamitó el célebre Arco del Triunfo de Palmira, momento en el que el autor de estas palabras sintió una especial y profunda amargura.
En marzo de 2016 las tropas leales a Bashar al-Asad recuperaban la ciudad, mientras los soldados rusos desactivaban las miles de minas antipersonas con las que los yihadistas habían sembrado la zona. Se encontraron entonces varias fosas comunes llenas de cadáveres.
Sin embargo, en diciembre de 2016, cuando Palmira se relamía sus heridas y los técnicos del gobierno ruso y sirio evaluaban el desastre cultural, el DAESH reconquistaba la ciudad en un ataque relámpago. El ejército sirio había dejado desguarnecida la urbe, ocupado como estaba en la batalla por la conquista de Alepo. Hasta 3 meses después, el ejército sirio no podría reconquistarla. Antes de retirarse, el autodenominado Estado Islámico provocó importantes destrozos en el teatro romano, verdadero emblema de la ciudad.
La barbarie había arrasado la ciudad milenaria de Palmira, aunque desde entonces algunos soñamos con que, cuando todo acabe, pueda ser reconstruida.
Soldados del Estado Islámico ante las ruinas de Palmira (parte de un vídeo propagandístico). Fuente: es.blastingnews
El teatro romano de Palmira fue utilizado por el DAESH para realizar ejecuciones propagandísticas. F.: news-old-origin.vice
Ejecución de soldados sirios por el DAESH en el teatro de Palmira. Fuente: www.larepublica.ec
Destrucción por el DAESH del templo de Baal Shamin en Palmira. Fuente: templowww.hispantv.com
Tanque del ejército sirio entre las ruinas de Palmira, tras su liberación. Fuente: AFP photos. www.ultimasnoticias.com.ve
Soldados rusos en el área arqueológica de Palmira, tras la expulsión del DAESH de la zona. Fuente: www.abc.es
Zapadores rusos proceden a eliminar las minas antipersonas dejadas en Palmira por el DAESH. Fuente: www.almasdarnews
Soldados del ejército sirio ante el teatro de Palmira tras la liberación de la ciudad. Son perceptibles los importantes destrozos ocasionados por los yihadistas en la zona central de la escena. Fuente: www.ultimasnoticias.com.ve
El antes y después en el teatro de Palmira. Fuente: www.ultimasnoticias.com.ve
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